Pregunto al viento al atardecer,
el nombre que no he de reconocer,
el que deseé olvidar y desaparecer,
el que creí perder para volver a nacer.
Un nombre que en tu cara yo grité,
que a un oído suavemente susurré,
que muchas veces con orgullo alcé,
y en otras tantas con vergüenza oculté.
Y es ese nombre quien me precede,
quien me presenta ante los extraños,
el que recuerdan mis amigos hace años,
y que me acusa de mis faltas y engaños.
Es el mismo con el que creamos todo,
cuando forjamos nuestras alas de lodo,
cuando intentamos volar y solo escurre,
como el tiempo que entre rejas se pudre.
Es él, quien nos encadena nuestro aliento,
quien pinta los sueños del pensamiento,
que nos dice día a día “yo nunca miento,
yo no cambio” por mas que eso nunca siento.
Es por eso que te pregunto, viento:
¿cuan alto podemos volar con nuestras alas,
que forjadas de las cadenas de las que huímos,
son iguales a lo que dibuja el destino que señalas?
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